Cuando parecía que el tiempo y los resultados no llegaban, que el partido venia más complicado de lo habitual, discutido, enredado, incluso con goles en contra, malas definiciones, grandes salvadas; una jugada, de esas que preceden un antes y un después, busca salvar el partido. O a un país y su gente.
La población, los argentinos, algunos futboleros, otros no tanto, desde sus casas frente al televisor, le imploraban al árbitro y a sus asistentes para que decidan una cosa u otra, siempre según sus colores. Siempre según su instinto. Porque si algo destaca a estos ciudadanos del bien, aún en los peores momentos, es su pasión.
El árbitro finalmente, decidió sancionar la pena máxima. Solo él podía hacerlo y con el respaldo de sus asistentes así lo hizo. Para que un argentino pueda vencer las leyes de la gravedad, de las parábolas y de las curvas. Para flotar y trascender, ganándole al tiempo, en esos segundos que duraron días, incluso meses, para cruzar así la ansiada meta.
El resultado parcial ya lo sabemos todos, nos vamos a casa con 103 días y 700 goles a favor. Ahora, a prepararnos, que en dos semanas tenemos el partido de vuelta…