El conjunto dirigido por Carlos Bianchi volvía a ser Campeón de América luego de 22 años de sequía y desataba una fiesta en tierras brasileras contra todos los pronósticos.

Boca, que venía resurgiendo luego de años de crisis de la mano del Virrey, había llegado a la final de la Copa luego de superar holgadamente la fase de grupos y los octavos de final, y de vencer en series vibrantes a River en cuartos y al América de México en semifinal. Principalmente, la recordada noche en la Bombonera donde con la vuelta de Palermo, el Xeneize dejaba a fuera a su clásico rival, es una de las imágenes que identifican a este momento de gloria en la historia del club.

Pero la serie definitiva también tuvo su tinte de epopeya. Un empate como local en la ida 2 a 2 ante el Palmeiras, último campeón de la competencia, dejaba al conjunto argentino mal parado de cara a la revancha. Incluso, el propio entrenador brasilero, Luis Felipe Scolari, estaba confiado para la vuelta: “Nos vamos tranquilos para la revancha en Brasil. Anímicamente, ya nos sentimos bicampeones. Es muy difícil que se nos escape este título. Este empate nos da una esperanza grande. En casa estamos invictos, y sabemos que la presión de nuestra torcida será importante”. Pero enfrente, estaba un equipo que había comenzado a forjar su mística copera.

Esa frase, fue el comienzo del fin para el conjunto brasilero. Fue darle carne fresca a un león hambriento. Un estratega como Carlos Bianchi, empapeló el vestuario con las palabras de Felipao y los jugadores de Boca no lo dudaron… fueron a comerse la cancha en busca del título.

Córdoba; Ibarra, Bermúdez, Samuel y Arruabarrena; Battaglia, Basualdo, Traverso; Riquelme; Guillermo Barros Schelotto y Palermo, salieron al Morumbí, aquella noche del 21 de junio del 2000, ante casi 62 mil espectadores que convertían al estadio en una olla ardiente. El partido fue parejo y para sorpresa de muchos, Boca supo poner contra las cuerdas al poderoso Palmeiras.
Llegaban los penales, el hincha de Boca sentía que estaba a cinco remates de la gloria, esa, que había obtenido por última vez en 1978 de la mano del Toto Lorenzo. Una definición en la que al azul y amarillo, se le sumaría el rojo para formar la bandera colombiana. Dos atajadas consecutivas del enorme Óscar Cordoba y un disparo final sin titubeos del Patron Bermudez, dieron al conjunto de La Ribera la tan ansiada Copa Libertadores de América. Un premio a la historia grande del Club y un comienzo de una era inolvidable para los hinchas y para la historia del fútbol argentino.