Casi 120 días han pasado de cuarentena. La calma del comienzo se transformó en el nerviosismo ¿del final? La calle, las redes y los medios se llenan de reclamos. Argentina va en búsqueda de la nueva normalidad, aunque para nosotros sería simplemente normalidad, ya que nunca la tuvimos.
Desde el comienzo del aislamiento, nos dijeron que nada volvería a ser como antes. Este virus había venido a cambiarlo todo tal y como lo conocíamos. Una nueva normalidad iba a reinar a partir de ahora. Pero, ¿de qué normalidad me hablan? Si en Argentina todo el tiempo, ante cualquier acontecimiento de esos que nos pasan cada cinco minutos, nos decimos a nosotros mismos: “esto en un país normal no pasa”.
Cómo podemos pensar que somos normales cuando tenemos al mejor jugador del mundo y lo cuestionamos, mientras el resto del mundo moriría por verlo con sus camisetas. Tenemos el primer Papa no europeo, y más allá de las diferencias que podamos tener, lo criticamos, llegamos a negarlo y la emoción de su elección fue fugaz, duro menos que la cuarentena, sin dudas.
Quién puede creer que somos normales cuando no podemos ponernos de acuerdo con nada. Macri o Cristina, peronismo o radicalismo, oficialismo u oposición, Boca o River, Capital o Interior, Mirtha o Susana, tango o folclore, Messi o Maradona, Menotti o Bilardo, las rochas o las chetas. Somos un gran grieta 24/7.
Que difícil ser normal cuando son los propios líderes, de cada uno de los grupos, de cada uno de los sectores, de cada uno de los rubros, quienes fomentan la anormalidad. Esos que nos quieren “ayudar” a llegar a la nueva normalidad, se encargan día a día en alejarla cada vez más, desde que el ciudadano más experimentado tenga conciencia.
Un país fundado sobre la idea sarmientista de “Crisol de Razas”, modernizado a los tiempos que corren bajo el concepto de cultura en lugar de la poco alegre noción de raza para referir al ser humano, que nunca supo fundirse para ser un bloque homogéneo; nunca supo ser un crisol.
¿Puede ser normal un país que “celebra” sus fiestas patrias tirándose con munición pesada entre los sectores sociales, sin importar el conflicto de turno, en lugar de unirse en la conmemoración? Y ni hablar, de que somos una nación que tiene familias y amigos separados por aspectos ideológicos. Déjenme buscar formas de explicarle esta locura “normalmente” a un extranjero.
Encima de todo esto, ahora, le tenemos que sumar la angustia, la incertidumbre y el nerviosismo producto de la crisis de la pandemia. Esas emociones que reinan en un territorio que no sabe qué le depara luego de 120 días de encierro. No sabemos si serán más, si serán más para todos o para alguno. ¿Cómo saberlo, si no sabemos casi, qué hacíamos antes de que todo esto pasara?
Nos comparamos con otros países para ver cuándo podemos alcanzar la nueva normalidad, pero primero deberíamos fijarnos como aplicar en nuestro caso el concepto de “normal”. Será que hemos asumido como algo cotidiano lo equivocado, y nos creamos un ecosistema distante de la realidad que nos hace sentir normales.
No es el Covid, no es la política, tampoco el fútbol, ni hablar de la salud, a pesar del contexto. Es la persona. La normalidad se alcanza desde el ser. Saldremos de la cuarentena, recuperaremos, en algún momento, lo que éramos allá por principios del 2020. Pero no se confíen, el coronavirus no es mágico, no tenemos que creernos lo que no somos. Habrá que trabajar mucho para alcanzar la normalidad, después veremos qué es nuevo y que no, primero seámoslo.
Autor: Gustavo Gomez