Desde que el Presidente Alberto Fernández estableció el Aislamiento social, preventivo y obligatorio, nadie imaginaba alcanzar los 100 días y contando. Una situación histórica que será recordada para siempre.
“Hemos tomado una decisión desde el Gobierno Nacional que es la de dictar un decreto de necesidad y urgencia. Por ese decreto, todos los argentinos y argentinas y a partir de las 00 horas de mañana deberán someterse al aislamiento social, preventivo y obligatorio. Esto quiere decir que, a partir de ese momento, no podrán moverse de su domicilio, todos deberán quedarse en sus casas. Es hora de que comprendamos que estamos cuidando la salud de los argentinos”, con estas palabras del Presidente comenzó todo, aquel 19 de marzo cerca de las 21.30. Por primera vez en la historia, Argentina entraba en cuarentena total.
Habían pasado 16 días desde el primer caso positivo en el país. A partir de ese momento, día a día se iban incrementando los contagios, aunque a un ritmo muy lento. El 7 de marzo, la primera muerte. El Covid-19 estaba entre nosotros. La primera medida fuerte de prevención se dio el 15 de marzo, cuando se anunció la suspensión de clases. Pero la situación era insostenible, Argentina necesitaba reforzar su sistema sanitario para prepararse para lo peor y necesitaba tiempo, esa fue la explicación del anuncio del cierre total de actividades.
Frente al aislamiento, el encuentro de los balcones de las 21 horas para agradecer al personal sanitario y fuerzas de seguridad, era el encuentro nuestro de cada día. El único momento de esperanza y alegría. La incertidumbre y el nerviosismo comenzaban a ser protagonistas ante una situación excepcional. También el miedo, por lo que podía ocurrir y el de los comerciantes que en medio de una crisis económica, veían como las persianas de sus locales permanecían bajas y sin actividad. El Gobierno salió a anunciar que se pagaría un bono por única vez de $ 10.000 para aquellas personas con bajos recursos perjudicadas por la pandemia. Empezaba la discusión: salud o economía.
La primera fase transcurrió sin demasiados obstáculos. La gente en su mayoría comprendió la necesidad de la medida y todo el arco político se encolumnaba detrás del Presidente en una muestra única para nuestro país de unidad política. Pero la cuarentena no podía terminar. Esto recién comenzaba y por más que nadie esperaba llegar al punto en el que estamos hoy, se sabía que no quedaría solo en 14 días. El 29 de marzo, Alberto Fernández anunció la extensión hasta el 12 de abril, justificando en que el país estaba achatando la curva y estirando el período para la duplicación de casos.
Los argentinos pasarían las pascuas en cuarentena. Todo un símbolo de la imposibilidad de llevar adelante la típica reunión familiar. Pero el hecho que marcó esta fase ocurrió el 3 de abril. Se habían habilitado los bancos para que los jubilados puedan ir a cobrar, pero algo falló. El mecanismo utilizado no fue el mejor y enormes filas de personas mayores se formaron en la puerta de las instituciones, generando todo lo contrario al distanciamiento social requerido, y lo peor, justo con los más frágiles ante el virus. Miles de cuestionamientos comenzaron a aparecer, lo que generó la primera tormenta al interior del gobierno. Días después, el titular del ANSES, Alejandro Vanoli sería invitado a dejar su cargo. Mientras tanto, las calles comenzaban a llenarse de gente con tapabocas, una imagen moderna para el paisaje de las calles argentinas.
Con 1.975 casos positivos, llegaba el 10 de abril, día elegido para nuevos anuncios. El país se encontraba en un panorama complejo, pero alejado de lo que ocurría en los países europeos, e incluso ya en territorios vecinos, donde el sistema sanitario se encontraba colapsado y hasta tenían que decidir a quién salvar y a quien no. Nuevamente la cuarentena se prorrogaba, ahora hasta el 26 de abril. Sobre el final de esta etapa, un motín en la cárcel de Devoto, vuelve a poner al gobierno en la mira. Funcionarios de alto rango, teniendo que negociar con los presos para evitar un desastre. El sistema penitenciario argentino, otra vez, se llena de cuestionamientos.
Empiezan a darse liberaciones y prisiones domiciliarias para descomprimir las cárceles argentinas y eso genera un pequeño, pero no por ello menos importante, estallido social. “Ellos afuera y nosotros adentro” era la frase de la población al ver presos disfrutando de la comodidad de su hogar, incluso, aunque hayan sido condenados por delitos graves. Así fue como un tradicional método de protesta argentino como el cacerolazo, también se adaptó a las situaciones: desde los balcones. Moderno o no, surgió efecto y las prisiones domiciliarias tuvieron que volver para atrás.
Un día antes del final de la nueva fase, se vuelve a anunciar una extensión del aislamiento. Esta vez, hasta el 10 de mayo; y empiezan los cuestionamientos. El país ya iba camino a los 60 días sin actividad, y por más que se habían permitido algunas excepciones, no alcanzaba para reactivar la economía. Comercios comienzan a cerrar, y la unión política producto de la cuarentena, a debilitarse.
El gobierno anuncia que se hará cargo del sueldo de dos millones de empleados del sector privado, como medida para apagar un incendio que ya estaba fuera de control. Mientras tanto en la Ciudad de Buenos Aires, explotan los focos de Covid-19 en barrios vulnerables, insólitamente ya que tendrían que haber sido los lugares con mayor protección ante la gran cantidad de necesidades. En medio de una situación de caos en el AMBA, que para esta altura ya era foco de la epidemia en el país, se anuncia una nueva prórroga del aislamiento.
Esta vez, 22 provincias pasaban a fase 4 y comenzaban a recuperar cierto nivel de normalidad. Hasta el 23 de mayo era ahora la fecha y para ese momento, ya todos sabíamos que ese no era el final. El efecto sorpresa de las renovaciones se había perdido y el nivel de angustia de los comerciantes era perfectamente proporcional a los niveles económicos del país.
El 15 de mayo, Alberto Fernández presenta un kit de testeo producido en el país, que facilitaría la detección de casos. Pero la situación seguía siendo grave. Dos días después, la muerte de Ramona Medina, referente del Barrio 31, causó un impacto enorme en la sociedad, al ver como quien días atrás protestaba por la falta de agua en un momento como este, moría justamente por la falta de aquello que reclama: asistencia.
El plan Detectar se activa en la Ciudad y el Gran Buenos Aires. La provincia, que criticaba a la Ciudad por lo que le ocurría en sus barrios vulnerables, ahora, tenía el mismo problema. Villa Azul, Itatí, Jose Luis Cabezas, son alguno de los ejemplos de brotes del virus en los lugares más carenciados del conurbano bonaerense. El Ministro de Salud provincial, Daniel Gollan, apuntaba a CABA como responsable de todo, por ser un centro neurálgico de circulación. La grieta política había sido más fuerte, y a pesar de que se siguió mostrando unión, ya nada volvería a ser igual entre los gobiernos.
Del 23 de mayo, pasamos al 7 de junio y de ahí al 28. El único cambio rotundo fue el paso del Aislamiento al Distanciamiento en gran parte del país que alcanzaba la “nueva normalidad”. En el AMBA, Chaco, Gran Córdoba y Río Negro, la situación era muy diferente. Rompimos la barrera de los 1.000 y de los 2.000 casos diarios. Se habilitaron los runners en la Ciudad y fueron foco de polémica. Se abrieron y se cerraron comercios. Idas y vueltas. Marchas contra la cuarentena. El agotamiento de tantos días comenzaba a mostrar sus consecuencias.
En el medio de todo, Vicentín. El anuncio de expropiación de una de las empresas del sector agropecuario más importante del país, terminó de sacar a la luz nuevamente todas las diferencias ideológicas. El 20 de junio una masiva manifestación contra el gobierno, encendió todas las alarmas, políticas y sanitarias.
En medio del temor por un colapso sanitario ante la crecida de casos, se conocen datos muy duros: 20 mil comercios en la Ciudad y al menos 10 mil empresas en el país, tuvieron que cerrar sus puertas definitivamente. Frente a la crisis, otra vez la misma pregunta: ¿economía o salud?, pero el presidente no dudo. El AMBA, foco de la pandemia en Argentina volvió a fase 1. Nuevamente solo los esenciales podrán circular por las calles, al menos hasta el 17 de julio.
100 días, 2.400 horas, 144 mil minutos o casi 9 millones de segundos. No importa cómo se mida el tiempo que los argentinos estuvimos en cuarentena. Lo importante es analizar si se logró o no el objetivo y a qué precio. Hoy superando la barrera de los 55 mil contagios y casi con 1.200 muertos, obviamente el panorama es triste, pero difiere de otros países. Aún no terminó y con más del 50% de ocupación de las camas de terapia intensiva, el alerta está más vigente que nunca. Por ahora, se evitó la catástrofe, aunque las consecuencias económicas y sociales son demoledoras para un país que tendrá que trabajar mucho para recuperarse cuando alcance en su totalidad la nueva normalidad.