La pandemia alteró la normalidad del mundo, pero también las tradicionalidades. Los Juegos Olímpicos no habían sido suspendidos jamás en la historia, salvo en los períodos donde se desataron las Guerras Mundiales. La excepción la pudo lograr el Covid y demoró 365 días el sueño de miles de atletas.
Finalmente el día llegó y el 23 de julio la llama olímpica comenzó a iluminar Tokio, aunque con la sombra del virus presente. Es que debido a la pandemia, se desarrollan sin público en los estadios, bajo un estricto protocolo sanitario y con varios casos ya detectados en la villa olímpica, aunque por ahora, sin interferir a gran escala en el desarrollo de las actividades.
Entre todos los atletas, 174 son los que ilusionan a nuestro país. A pesar de ser menos que en la edición de Rio 2016, donde fueron 213 los representantes argentinos, las ganas de gloria olímpica siempre están presentes en un territorio tan deportivo como el nuestro.
Tanto es así, que a pesar de estar con los horarios cambios producto de la diferencia horaria con Tokio, son altos los niveles de audiencia y seguimiento que se dan desde nuestro país. Incluso, durante los 17 días de competencia, nos permitimos hablar de todos los deportes, como si fuésemos especialistas en Badminton, Tiro o Skateboarding como para mencionar solo algunos casos.
Aparecen historias de deportistas que no conocíamos, nos identificamos con ellos y los seguimos durante todas las jornadas porque queremos que tanto laburo tenga su premio. Por supuesto también están los ya tradicionales. La Peque Pareto, en su último Juego Olímpico, nos despierta admiración por su entrega, su garra y el esfuerzo doble en su vida cotidiana en la cual ejerce como Médica. Ni hablar del Tenis, el básquet y las ganas de reflotar la Generación Dorada, el Hockey, el Volley o el Fútbol.
Es verdad que somos hinchas ante las grandes competencias, pero cierto es que estos Juegos tienen la particularidad de volver a ver competencia a gran escala, tras tantos días de sufrimiento. Y como lo fue la Copa América, somos un país, no ajeno a la realidad del mundo, que está con mucha sed de alegrías y ve en esta competencia la oportunidad de saciarla. Ojalá sea así, y ojalá la gloria sea celeste y blanca, para alegría de todos.